jueves, 28 de abril de 2011

El Zaguán

Era el lugar más fresquito
del verano, allá en mi casa
y además el permitido
de amparar a nuestra barra.

Sin ruido y muy suavecito,
porque los grandes sesteaban,
la telaraña inquebrable
de la amistad se labraba.

La hendijita del buzón
que la puerta adornaba
nos hacía la guiñada
de la amiga demorada.

Y aquellos libros de escuela
que lo prohibido ocultaban
servían de excusa infaltable
pues a "estudiar" nos juntaban.

Cuatro hoy, cinco mañana
era el zaguán de mi casa
el lugar con más secretos
que aún conservo en mi alma.

Con su escalón en la entrada,
con su dibujo en el mármol.
Con su piso tan brillante
que aún ilumina mi infancia.

En las siestas tan soleadas
era el zaguán la morada
las amigas no faltaban
y el corazón se ensanchaba.

Oct. 1990

domingo, 17 de abril de 2011

Privación

La ví por primera vez a la mañana siguiente de su llegada.
Tán irrealmente negra. Ella era más oscura que la noche. Que las sombras.
Trajo consigo un marido blanco, un perro de siete colores y un loro verde y escandaloso.
Pero donde me impactó fué allí; en el holgadero del increíble barrio Los Bajos.
Todo había comenzado con la clásica llamada. Poco a poco la gente se fué reuniendo y ya habían formado grupos en donde se meneaban y contorneaban al son de aquellos endemoniados tamboriles.
Ella parecía una mamaconas al son candencioso de las lonjas que con su rataplán hacían mover las caderas de esa negra tal cual un ente lucífilo. Buscando la música en esa samotana rauda y cada vez más pujante. Junto al azabache retinto de su piel había heredado esos traseros inmensos, altos, rollizos, firmes, increíblemente grandes y abundantes.
Y comenzaron las burlas. Cada vez más hirientes.Y cuando éstas fueron demasiadas entró en su casa, cerró la puerta y se apoyó con su dos manos, puedo adivinarlo, como empujándola. Cruzadas; una sobre de la otra. Como si con ese gesto afirmara más su decisión de apartarse de este mundo que tanto dolor le producía sobre algo que no estaba en ella cambiar.
El peso de su cuerpo y de tanta burla la arrastró hacia abajo. Hecha un ovillo quedó allí, seguramente...
Sólo el subir y bajar de su espalda delataría sus sollozos.
Y nunca más ni su marido, ni sus hijos, ni sus nietos, ni sus perros consiguieron que ella asomara su negro rostro ni su voluminoso trasero a la crueldad del mundo.
Me pregunté siempre si ella sospecharía que así como aquellos la despreciaron y se mofaron de su constitución física, hubo otros que al igual que yo éramos negrófilos. Que no temíamos encontrarnos con un Sanpedrillo y mucho menos en un holgadero.
Habrá sabido ella de todo lo que nos privó en esa gorrionera hedionda dónde verla bailar hubiera sido un alivio a tanta miseria.

Cuando su marido blanco canta, su perro de siete colores ladra y el loro verde y escandaloso aturde a gritos presiento que es todo de alegría. Ella debe estar bailando.

Bbne. 2007